Domingo, 7 de agosto, 2016
Alguien tenía que hacer algo y Hebe le demostró a todos los cuatro de
copas que quedan dentro del kirchnerismo cómo se hace un quilombo de
verdad, con todos los ingredientes que se puedan usar: provocar,
victimizarse, aplicar la épica donde sólo había un tramite burocrático,
agitarla y prometer algo que no cumplirá menos de 24 horas después.
Kirchnerismo puro.
La usaron. Desde que el 7 de julio Hebe prometió no presentarse ante
la Justicia, los miembros de la Congregación de Penitentes No
Sobrevivientes al Cristinismo planearon la movida. Harto de armar actos
en plazas a los que no concurre ni el vendedor de garrapiñada, pirulines
y tutucas, Martín Sabbatella se sumó de entrada. Luis D’Elía, que el
último acto que armó fue una ronda en el patio de su casa para presentar
un partido al que no tiene vergüenza en llamar “Miiles”, preparó
banderas y consultó la agenda: justo tenía libre lo que resta del siglo.
El Cuervo Larroque se acercó a la Plaza de Mayo para demostrar que como
legislador mucho no entiende de leyes y, si bien habría querido que
Máximo Kirchner se acercara a la ronda protectora, a duras penas logró
que el primogénito de Cristina se acerque al día siguiente a la sede de
las Madres.
Hebe leyó una carta, dijo que no tenía nada que ocultar, se cagó de
risa de la policía, y se retiró en un cortejo compuesto por un cordón
humano. No conseguía tanta gente en una ronda de jueves desde los
indultos de diciembre de 1990. A la mañana siguiente, doña Pastor de
Bonafini repetía su voluntad de no presentarse ante el juez, mientras se
preparaba para tomarse el palo a Mar del Plata. Un par de horas después
Hebe cruzaba el peaje de Hudson rumbo a La Feliz, donde dijo que “el
Pueblo salió a la calle”, en referencia a los 44 millones de habitantes
que nos congregamos en doscientos metros.
Lo único que quedó claro es que la edad no fue impedimento para
manejar millones de dólares, ni para viajar al Vaticano pero sí
para moverse diez cuadras más allá de la Rosada y llegar a Retiro.
Antes que nada, es dable destacar el acto inexplicable del juez
Martínes de Giorgi, quien parece haber aterrizado en el planeta Tierra
por estos días y no sabía que desde hace unas cuatro décadas, todos los
jueves se realiza la marcha de las Madres de Plaza de Mayo alrededor de
la pirámide ídem en la plaza íbidem. No sorprende su falta de timing: si
procesó a Carlos Menem y Domingo Cavallo en 2009, tranquilamente puede
haberse enterado recién ahora que en el país gobernó el Kirchnerismo
durante doce años, seis meses y quince días. Pasando en limpio, puede
afirmarse que es el mismo juez que archivó la causa contra Néstor
Kirchner y Cristina Fernandez De por haber abierto una consultora
económica: para el doctor, no hubo incompatibilidad, más allá del curro
divino que es hacer pronósticos económicos siendo presidente. Para el
tordo no pasó naranja con eso de que Ricardo Jaime permitiera que las
empresas de colectivos pudieran tener bondis fuera de regla y hasta
sobreseyó a Gabriel Mariotto por haber comprado una radio trucha justo
cuando estaba de interventor en la ex COMFER. Ver la tranquilidad que
tuvo para retirar la orden de detención de Hebe sólo alimenta mis
sospechas. Estoy como Cristina con la muerte de Nisman, pero al revés:
tengo dudas, aunque tengo todas las pruebas.
El mayor problema de todo lo que ha pasado con Hebe de Bonafini en
los últimos años es que nos reventó los resortes de lo que corresponde
hacer y lo que no. Que no puede ser trasladada porque tiene 87 años,
unos tres años menos que la hermana Alba, la no monja del no convento en
el que José López fue atrapado con un diezmo de nueve palos verdes. Que
no se la puede obligar a ir porque está viejita, cuando todo el
despelote se armó en medio de una ronda en la Plaza de Mayo, a diez
cuadras del Juzgado donde tenía que presentarse. Que no está bien de la
cabeza, algo que podría ser factible, pero que obligaría a que la
declaren insana, la desplacen del manejo de cualquier fundación y la
manden a un geriátrico acorde. Y todo por un trámite simple, sencillo,
que podría no haber demorado más de quince minutos en el juzgado.
Todo se reduce a un sencillo axioma: no importa lo que hayas hecho,
siempre podrás zafar gracias a tu colchón de laureles. Obviamente, la
ley no es pareja para todos.
Uno de los puntos que más tuve que defender de mi primer libro fue el
referente a los laureles y su utilización posterior. En un capítulo
abordé la historia de un hombre que cayó detenido por motivos
políticos en 1956, luego de apoyar el levantamiento del 9 de junio
encabezado por el General Juan José Valle contra su par, el General
Pedro Eugenio Aramburu. El tipo recién salió en libertad en 1957 y se
metió a laburar como asesor legal de la CGT. En 1976 volvió a caer preso
por motivos políticos y, luego de una brevísima estadía en el
Regimiento 15 de Infantería, fue trasladado al buque “33 Orientales”,
junto a Antonio Cafiero, los viejos de Jorge Taiana y Jorge Triaca, y
Lorenzo Miguel, entre varios otros. Luego aterrizó en el penal de
Magdalena, donde pasaría otro año y medio sopre a disposición del Poder
Ejecutivo –o sea: Jorge Rafael Videla–, tiempo durante el cual falleció
su madre sin que lo dejaran ir siquiera al sepelio. Lo largaron con
“domicilio forzado”, una medida que estaba muy de moda por aquellos años
verdes, mediante la cual un revoltoso se comía una suerte de prisión
domiciliaria pero lo más lejos posible de su lugar de origen, hasta que
lo liberaron del todo en 1980. Fue allí que aprovechó para mandar hábeas
corpus por cualquier desaparecido del que se enterara, algo que hizo
que su libertad durara menos de ocho meses. Cuando en marzo del 81 lo
largan de nuevo, se puso a presentar nuevamente habeas corpus y un año
después terminó detenido en una protesta contra Galtieri en la puerta de
la Casa Rosada junto con Adolfo Pérez Esquivel, Saúl Ubaldini…y Hebe de
Bonafini.
El hombre del que hablo se llama Carlos Menem, el mismo que siete
años después de su última detención asumía la presidencia de la Nación
para, meses después, comenzar su ronda de indultos navideños que se
continuó para las fiestas de 1990. Y esta historia la cuento por dos
motivos: primero, porque es cierta. Y segundo, porque demuestra que no
todo lo que se haya hecho antes da impunidad perpetua por una cuestión
de agradecimiento histórico. A modo de yapa, cabe agregar que no se
conocen declaraciones de Néstor ni de Cristina en contra de los
indultos. Estaban ocupados siendo menemistas.
Yendo a Hebe, durante los primeros años de la nueva democracia se
opuso a la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas porque
quería que estuviera manejada por las Madres. Como contraposición,
durante los noventas también se opuso a las reparaciones económicas de
más o menos 400 mil dólares por víctima de la dictadura y, más tarde,
también fustigó la creación del banco de datos genéticos. Hebe nunca
quiso una verdad que superara la verdad de ser víctima.
Llegado el kirchnerismo, las Madres que quedaron con Hebe pusieron en
marcha una imprenta, una radio y una universidad. Todo financiado con
la nuestra, pero administrado por ellas. Como contraprestación a la
sociedad que tanto le dio, Hebe tomó la opción de no pagar un puto
impuesto nunca. Obviamente, la AFIP tomó cartas en el asunto: se
convirtió en auspiciante.
Recibieron plata de la Secretaría de Derechos Humanos, de la
Secretaría General de Presidencia, de Jefatura de Gabinete y,
obviamente, del ministerio de Obras Públicas. Municipios, provincias,
todo resultó válido para recibir dinero público. Para que se pueda
dimensionar: la radio de las Madres –que arrastra la misma audiencia que
un especial sobre los gustos sexuales de Alejandro Dorio– recibió 6
millones de pesos por año de pauta oficial. Seis palos por año que nadie
sabe a dónde fueron a parar.
Por si les parece poco todo esto que cuento muy por arriba, les
recuerdo el último escándalo de Hebe: la estatización de la Universidad
de las Madres, un engendro adoctrinador en el que dieron clases hasta
terroristas de la ETA prófugos de la Justicia española. Para no perder
la costumbre, acá tampoco pagaron un impuesto ni por error, evadieron
las cargas sociales de los laburantes docentes y no docentes y dejaron
una cuenta sin garpar de 200 palitos. Para marcar la diferencia con
otros emprendimientos exitosos de Hebe, prohibió la conformación de un
centro de estudiantes. Y si te quejás de los aumentos de tarifas, te
tiro el dato: no pagaron el servicio de energía eléctrica durante los
nueve años que administraron ese antro.
Hebe apostó a la ausencia del Estado de Derecho. La misma ausencia de Estado de Derecho que aniquiló a sus hijos.
La muerte de un ser querido no da impunidad, así hayan sido los
propios hijos. Fíjense cómo le fue al ingeniero Juan Carlos Blumberg,
que no cometió ningún delito y lo borraron del mapa por no ser
Ingeniero, y después me cuentan. O busquemos a todos los familiares de
las víctimas de Cromañón, del choque del Sarmiento, o los herederos de
la violencia subversiva o militar que siguieron sus vidas haciendo lo
que podían con el dolor que cargan y no salieron a violentar las leyes.
En un Estado de Derecho, somos todos iguales ante la ley. Y ése es el
principal problema que ha tenido el kirchnerismo y del que los propios
peronistas tendrían que hacerse cargo, por omisión ideológica: justicia
social –y, por decantación, justicia a secas– e igualdad no son iguales.
Justicia es darle a cada uno lo que se merece. Igualdad, es tratar a
todos por igual. Y acá quieren aplicar una justicia histórica subjetiva
por sobre la igualdad jurídica. No es de extrañar. Después de todo, es
lo que han hecho con todos nosotros para colocarse en un lugar al que
nunca pertenecieron: el de la defensa de los derechos humanos.
La teoría del globo de ensayo no es mala, ésa que tiró el propio
Schoklender al decir que el quilombo del jueves se dio porque estaban
practicando para cuando –eventualmente– se la quieran llevar en cana a
Cristina. Es cierto que se complica la idea de hacer un cordón humano
desde El Calafate hasta avenida Comodoro Py 2002, pero esos son detalles
que pueden verse más adelante.
Y ya que hablamos de Cris, la expresi apareció tres días al hilo en
las redes sociales. Mientras se producía el quilombo de Hebe, salió a
putear a la Justicia por lo que más le importa: su propio culo. De Hebe
no habló. Horas más tarde, estuvo en la Facultad de Sociales de la UBA
para conmemorar los 50 años de la Noche de los Bastones Largos. Allí
aseguró que “se vienen noches de bastones muy largos”. No, de Hebe
tampoco habló. Ayer sábado, volvió a tuitear como una señora aburrida
para cuestionar los procedimientos judiciales en la causa Hotesur y
afirmó que los verdaderos responsables de la movida del Dólar Futuro
fueron los miembros del actual Gobierno. Se ve que tiene pruebas de
Mauricio Macri obligándola a firmar decretos a punta de pistola.
En medio de toda esta ensalada, están los que creen que no se debe
someter a la Justicia al que te cae simpático y que realmente estamos
atravesando una dictadura, con lo que demuestran que cumplen con el ABC
del manual del idiota, vocablo cuya más antigua acepción reza que “es un
espíritu engreído por sus propias particularidades”. Individualistas
que prefieren la ignorancia a la instrucción del ciudadano, el que vive
en comunidad. Así, al tirarnos por la cabeza que todos somos egoístas
por no aceptar la imposición de sus ideas, hacen gala de su
individualismo refugiados en un discurso universal. Son los que
disfrazan sus intereses (en este caso, intereses judiciales) en
supuestos “intereses de la sociedad” para hacernos solidarios en las
malas, cuando se hicieron bien los boludos en las buenas.
Es el paroxismo de la definición que Chantal Delsol realizó sobre los
que llamó “aduladores del pueblo”: aquellos que oponen el bienestar al
bien, la facilidad a la realidad, el presente al porvenir, las emociones
e intereses primarios a los intereses sociales.
Lo increíble es que son verdaderamente democráticos a un nivel tan
alto que no les dio para el republicanismo. ¿Cómo
despreciarían esa democracia que, con todas las cosas que nos prometió y
no cumplió, fue el caldo de cultivo ideal para que tengamos por deseo
un mesías por encima del respeto a las instituciones?
Domingo. Lo cierto es que en este país un
tipo con muchos laureles en materia de Derechos Humanos terminó preso
por sus cagadas como presidente. ¿Cuál sería el mérito de la
expropiadora de viviendas bajo el amparo de la legislación dictatorial?
Relatos y mentiras
GRACIAS TOTALES (Gustavo Cerati, 1959-2014). BLOG CERRADO: 300 ENTRADAS (12/09/2014). FIN.
domingo, 7 de agosto de 2016
sábado, 13 de septiembre de 2014
Relato del Presente: Estigmatizando al soberano
Viernes, 12 de septiembre, 2014
Recuerdo que me anotaron tarde para entrar a la secundaria que quería. Recuerdo que preparé los exámenes en catorce días. Recuerdo que no pegué un ojo y que me cagué de calor estudiando.
Recuerdo la minifalda de Gabriela Carli, la profesora que me tomó el ingreso. Recuerdo que aprobé el examen con 97 sobre 100. Recuerdo que me agrandé como petiso en desfile de enanos. Y, por sobre todas las cosas, recuerdo que primer año lo terminé llevándome cuatro materias. Por pelotudo.
Nunca en mi vida existió un sujeto al que le tuviera tanto miedo como el que le tuve a la Profesora Santamartina, “La Santa”. Durante los primeros años de la secundaria era prácticamente un mito urbano, una leyenda a la que, encima, cruzábamos en el recreo.
Luego de aprobar el segundo año, se corrió el rumor de que la Santa largaba el colegio. Al volver a clases con las defensas absolutamente bajas, nos dio la bienvenida al curso la Santa. No sólo no se fue sino que tuvimos que sobrevivir a la experiencia de sufrirla en tres materias.
Éramos un curso algo bardero y teníamos la mala -y bien ganada- fama de haber hecho renunciar a algún que otro docente -dos de filosofía en un trimestre, buen promedio- sin embargo, con la Santa no pudimos, no supimos, no nos animamos. Luego de un duelo de tres días, un alumno regresó a clase tras el fallecimiento de su abuelo y la Santa lo hizo pasar al frente. En su defensa el alumno explicó lo sucedido. La Santa fue escueta: “Mi más sentido pésame. Tiene un uno.”
Por si no queda claro, no me generaba sensación de odio, sino uno de los peores cagazos de la vida. Del julepe que le tenía terminé haciendo mi mejor esfuerzo. No lo hice por querer quedar bien, sino por supervivencia: un ataque de la Santa era letal, aniquilante. Así y todo, no pude: la sufrí en las mesas de verano y arrastré una previa por el resto de la secundaria. Sí, fui un alumno de mierda: cuatro en primer año, dos en segundo, seis en tercero, dos previas para cuarto que se sumaron a la única que me llevé aquel año glorioso, y tres en quinto que rendí en marzo, cuando ya laburaba. Curiosamente, las que no me llevaba, las aprobaba con las notas más altas. Sin embargo, sea en la cursada, en diciembre, marzo o previa, para aprobar cada materia tuve que saber, y para saber tuve que estudiar.
Este no es un texto de “la maestra que más odie es la que más quiero” ni por lejos. A la Santa no la recuerdo con cariño, sino con un cagazo que todavía me dura. Sin embargo, nadie me estigmatizó por burro o vago ni me sentí una víctima de la sociedad. Contrariamente a lo que ahora nos quieren hacer creer, los únicos estigmatizados en el colegio eran los garcas, los que tenían el concepto de compañerismo más anulado que el de empatía humana.
Tampoco la pasé mal porque la Santa era jodida, dado que me llevé literatura en tercer año, cuando tenía una relación privilegiada con Gabriela, la rubia de minifalda de mi examen de ingreso. La adoraba y el trato era mutuo. Sin embargo, eso no le impidió bocharme por hacerme el boludo con un trabajo práctico. Y así fue cómo me llevé literatura a diciembre con todo lo que leía y ya escribía: por hacerme el banana.
Todo va más allá del trato condescendiente docente-alumno. Segovia es una de las mujeres más buenas que conocí en mi vida y pretendía enseñarme Matemática. La visité en mesa de examen de primero a quinto año, inclusive. Salí aprendiendo contra mi voluntad. Con De Bonis tuve una relación que nadie se atrevería a calificar de amistosa y, a pesar de estar perdidamente enamorado de ella, la volví loca en todas y cada una de las clases de Historia. Promedio diez en todos los trimestres. Con Amado Cattaneo tuve una relación de amistad que se prolongó fuera de la secundaria, así y todo me exigía el doble en cada prueba. Si algún sentimiento perdura a nivel eficacia escolar de aquellos años, no es estigmatización, ni odio, ni desprecio: es el de bronca conmigo mismo por tener que arrastrar las carpetas en vacaciones.
Esto no pretende ser un análisis que busque generar polémica frente a la revancha de los nerds de Flacso que administra nuestra educación desde finales de los años ochenta, con los gloriosos resultados en los rankings internacionales a la vista de todos. Básicamente, porque tuve la fortuna de que mi viejo, a pesar de contribuir a la educación pública con sus impuestos, pudo hacer el esfuerzo de bancarme una escuela privada que, si bien debía obedecer a los lineamientos del Gobierno, podía darse el lujo de moverse entre ciertos márgenes.
Tampoco quisiera que me vengan a correr con que “los tiempos cambiaron, los pibes ahora tienen celulares”. No hay forma de justificar los atentados a la gramática y el tremendo empeño que le ponen a la tarea de asesinar la lengua castellana. Ya no hay justificación para la burrada y nunca la hubo: antes, un trabajo práctico nos obligaba a tomarnos un bondi, perder tardes enteras en bibliotecas y hemerotecas, visitar una veterinaria para un trabajo de biología o lo que fuera. Hoy cuentan con la Biblioteca de Alejandría en el bolsillo y el Estado pide tenerles piedad.
Los expertos en materia educativa afirman que los que apoyan el sistema numeral hacen una cuantificación bancaria de la educación. Increíblemente, no se dan cuenta que no jode el número, sino la causa, y que ellos planteen todo en concepto de teorías cuando los conejillos de indias son generaciones completas de personas que no volverán a la escuela una vez finalizada la cursada y que deberán arrastrar de por vida la enseñanza de mierda que recibieron. No es una cuestión de programas educativos, no más, es una cuestión cultural. Y eso, lamentablemente, no se puede enseñar con un libro, sino generando la curiosidad por el mundo que nos rodea. Una buena: al menos aprenderán de pequeños que se pueden conseguir mejoras por derecho sin cumplir con las obligaciones.
Si no aceptan la cultura del trabajo meritocrático, jamás podrán dimensionar lo que significa el sistema de premios y castigos individualista de un alumno, que se siente gratificado si aprobó, o como el orto si le fue mal. No son infradotados a los que hay que mantener en una nube de pedos, son seres humanos que el día de mañana deberán salir a la calle a enfrentar una realidad en la que no conservarán el empleo si hacen las cosas mal porque los jefes no creen en la estigmatización del inoperante. Salvo, claro, que consigan un puestito en el Estado.
Y a los que creen que habría que probar, no más, y que el resultado se verá más adelante, les cuento que el 100% de los adultos bonaerenses sub 28 son hijos de la reforma educativa provincial y nadie se ha atrevido, todavía, a cruzar los datos con las estadísticas de los jóvenes que no estudian ni trabajan.
No conseguí ninguno de mis trabajos por mis analíticos académicos, sino por lo más básico y elemental que me enseñaron todos y cada uno de mis profesores, los que adoré, los que odié y aquellos a los que les tuve el cagazo de mi vida: la meritocracia, esa noción, hoy utópica, de obtener lo que se quiere tener en base al esfuerzo.
En mi vida laboral, como en la de cualquiera de ustedes, me encontré con otra realidad que dicta que, en base a los contactos, podés conseguir incluso el laburo que no querés. Y ahí fue que mi absoluta carencia de contactos tuvo que ser suplida con el esfuerzo: porque frente al hijo del jefe, no te queda otra que partirte el lomo o renunciar.
Obviamente, esto es algo que cuesta dimensionar en un país en el que tenemos un presidente cuyo mérito es haberse casado con su predecesor, pero si esto no sirve para entender que todo gira en torno a una cuestión cultural, nada lo hará.
Y si alguno supone que no es tan grave y que todo da lo mismo, estaría bueno pensar por un segundo en la importancia de aprobar cualquier materia gracias a haberla aprendido. Nadie que tenga nociones mínimas de lengua diría que una persona que dice “interperie” y “la aula” es una gran oradora. Ningún egresado por mérito celebraría los acabados conocimientos de una mina que tira “hache dos cero” como fórmula química del agua. No existe un sujeto que haya aprobado Educación Cívica, Instrucción Cívica, Formación Ciudadana, ERSA o el nombre que le haya tocado en suerte, que celebre a un puñado de eunucos ideológicos que no tienen drama en confundir Gobierno con Estado, democratización con socialización, estatización con confiscación y pluralidad de voces con coro monocorde.
Cualquiera que haya tenido una educación medianamente decente tiene una comprensión crítica lo suficientemente desarrollada como para preguntarse por qué se festeja la construcción de un edificio delirante con un país en recesión y que se arrodilla para pedir a los chinos que tiren un hueso, como también se da cuenta de que es un delirio hablar de “Central Park” argentino en la desembocadura del Riachuelo. Cualquiera que tenga un mínimo de comprensión de su entorno se daría cuenta de que si la Presidenta presenta como éxito un plan para comprar en doce cuotas sólo por tres meses, es que estamos al horno y con el gas al palo.
Si implementaran una encuesta en todas las mesas de votación para preguntar a cada votante las funciones y obligaciones de un senador, un diputado, un gobernador, un intendente, un concejal, un vicepresidente y un presidente, se asustarían del resultado. Y son cosas que se aprenden en la escuela.
Nadie se atrevería a negar que la educación argentina viene en caída libre hace años cuando el ministro de Economía de la Comunidad del Anillo cree que el pretérito indefinido tercera persona plural de “reproducir” es “reproducieron”. A veces creo que Kicillof no usa corbata no de rebelde, sino porque no le sale el nudo, pero más allá de eso, egresó del Nacional Buenos Aires y tiene un doctorado en la UBA. O sea que el profesor que le enseñó a Kicillof hace 25 años, ya fallaba.
Si lo pensamos culturalmente, la escuela como institución inclusiva y de entrenamiento para la vida en sociedad del adulto, caducó. Los dirigentes de turno hicieron todo lo que tuvieron a su alcance para que esto suceda y hoy vemos, con total tranquilidad, cómo la ministra de Educación bonaerense defiende la nueva modalidad en que “en otros países también sucede”, cuando lo que no sucede en otros países es no encontrar un piso para el derrumbe de la calidad educativa.
Hoy, los defensores del “probemos con lo nuevo, que lo viejo fracasó” utilizan como argumentos la antigüedad de la Ley de Educación y se hacen bien los boludos con la cataratas de reformas que le metieron en las últimas décadas. Ahora afirman que es difícil fomentar el estudio con las distracciones de la tecnología, como si todos hubiéramos crecido en un páramo. Los sub 35 crecieron con videojuegos portátiles y sumaron esta distracción a la de los sub 40, que lidiaron con el flagelo de educarse con las consolas hogareñas, los walkman y los fichines a la vuelta de la esquina. Estos, a su vez, añadieron sus distracciones a las que ya habían padecido el resto de los mortales que conservan su vida: televisión y radio. Y el que no tenía luz, tenía la pelota, la hermana que lo jodía, el perro que se enfermó o una mosca que pasó volando. Así y todo, salieron ingenieros, premios Nobel, médicos, gigantes académicos, empresarios, todos los que nos hicieron mundialmente famosos -menos los futbolistas- e, increíblemente, los mismos tipos que dicen que el sistema de calificaciones estigmatiza a los chicos de ahora y no a todos los que pasaron por un aula desde los tiempos de Hernandarias.
Si tuvieran un cachito de dignidad, reconocerían que lo único que hacen es mantener y acrecentar el estigma de haber egresado de una escuela pública. Algo que ni Daniel Filmus, ex director de Flacso y personaje determinante en todos los experimentos educativos de las últimas décadas, eligió para sus hijos.
Entre tantos experimentos podrían volver a la idea de Spencer de que “educar es formar personas aptas para gobernarse a sí mismas, y no para ser gobernadas por otros”, pero claro, eso eliminaría en un par de generaciones la necesidad de seguir a un líder que nos proteja en vez de, sencillamente, votar a un administrador temporal del Estado.
Viernes. No se puede prohibir por ley que la mina que te gusta te rebote en un baile del Colegio, y sin embargo es la peor de las sensaciones.
Publicado por Lucca
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Entrada N° 300, FIN DEL BLOG.
@
http://blogs.perfil.com/relatodelpresente/
http://blogs.perfil.com/relatodelpresente/2014-09-12-2901-estigmatizando-al-soberano/
Recuerdo que me anotaron tarde para entrar a la secundaria que quería. Recuerdo que preparé los exámenes en catorce días. Recuerdo que no pegué un ojo y que me cagué de calor estudiando.
Recuerdo la minifalda de Gabriela Carli, la profesora que me tomó el ingreso. Recuerdo que aprobé el examen con 97 sobre 100. Recuerdo que me agrandé como petiso en desfile de enanos. Y, por sobre todas las cosas, recuerdo que primer año lo terminé llevándome cuatro materias. Por pelotudo.
Nunca en mi vida existió un sujeto al que le tuviera tanto miedo como el que le tuve a la Profesora Santamartina, “La Santa”. Durante los primeros años de la secundaria era prácticamente un mito urbano, una leyenda a la que, encima, cruzábamos en el recreo.
Luego de aprobar el segundo año, se corrió el rumor de que la Santa largaba el colegio. Al volver a clases con las defensas absolutamente bajas, nos dio la bienvenida al curso la Santa. No sólo no se fue sino que tuvimos que sobrevivir a la experiencia de sufrirla en tres materias.
Éramos un curso algo bardero y teníamos la mala -y bien ganada- fama de haber hecho renunciar a algún que otro docente -dos de filosofía en un trimestre, buen promedio- sin embargo, con la Santa no pudimos, no supimos, no nos animamos. Luego de un duelo de tres días, un alumno regresó a clase tras el fallecimiento de su abuelo y la Santa lo hizo pasar al frente. En su defensa el alumno explicó lo sucedido. La Santa fue escueta: “Mi más sentido pésame. Tiene un uno.”
Por si no queda claro, no me generaba sensación de odio, sino uno de los peores cagazos de la vida. Del julepe que le tenía terminé haciendo mi mejor esfuerzo. No lo hice por querer quedar bien, sino por supervivencia: un ataque de la Santa era letal, aniquilante. Así y todo, no pude: la sufrí en las mesas de verano y arrastré una previa por el resto de la secundaria. Sí, fui un alumno de mierda: cuatro en primer año, dos en segundo, seis en tercero, dos previas para cuarto que se sumaron a la única que me llevé aquel año glorioso, y tres en quinto que rendí en marzo, cuando ya laburaba. Curiosamente, las que no me llevaba, las aprobaba con las notas más altas. Sin embargo, sea en la cursada, en diciembre, marzo o previa, para aprobar cada materia tuve que saber, y para saber tuve que estudiar.
Este no es un texto de “la maestra que más odie es la que más quiero” ni por lejos. A la Santa no la recuerdo con cariño, sino con un cagazo que todavía me dura. Sin embargo, nadie me estigmatizó por burro o vago ni me sentí una víctima de la sociedad. Contrariamente a lo que ahora nos quieren hacer creer, los únicos estigmatizados en el colegio eran los garcas, los que tenían el concepto de compañerismo más anulado que el de empatía humana.
Tampoco la pasé mal porque la Santa era jodida, dado que me llevé literatura en tercer año, cuando tenía una relación privilegiada con Gabriela, la rubia de minifalda de mi examen de ingreso. La adoraba y el trato era mutuo. Sin embargo, eso no le impidió bocharme por hacerme el boludo con un trabajo práctico. Y así fue cómo me llevé literatura a diciembre con todo lo que leía y ya escribía: por hacerme el banana.
Todo va más allá del trato condescendiente docente-alumno. Segovia es una de las mujeres más buenas que conocí en mi vida y pretendía enseñarme Matemática. La visité en mesa de examen de primero a quinto año, inclusive. Salí aprendiendo contra mi voluntad. Con De Bonis tuve una relación que nadie se atrevería a calificar de amistosa y, a pesar de estar perdidamente enamorado de ella, la volví loca en todas y cada una de las clases de Historia. Promedio diez en todos los trimestres. Con Amado Cattaneo tuve una relación de amistad que se prolongó fuera de la secundaria, así y todo me exigía el doble en cada prueba. Si algún sentimiento perdura a nivel eficacia escolar de aquellos años, no es estigmatización, ni odio, ni desprecio: es el de bronca conmigo mismo por tener que arrastrar las carpetas en vacaciones.
Esto no pretende ser un análisis que busque generar polémica frente a la revancha de los nerds de Flacso que administra nuestra educación desde finales de los años ochenta, con los gloriosos resultados en los rankings internacionales a la vista de todos. Básicamente, porque tuve la fortuna de que mi viejo, a pesar de contribuir a la educación pública con sus impuestos, pudo hacer el esfuerzo de bancarme una escuela privada que, si bien debía obedecer a los lineamientos del Gobierno, podía darse el lujo de moverse entre ciertos márgenes.
Tampoco quisiera que me vengan a correr con que “los tiempos cambiaron, los pibes ahora tienen celulares”. No hay forma de justificar los atentados a la gramática y el tremendo empeño que le ponen a la tarea de asesinar la lengua castellana. Ya no hay justificación para la burrada y nunca la hubo: antes, un trabajo práctico nos obligaba a tomarnos un bondi, perder tardes enteras en bibliotecas y hemerotecas, visitar una veterinaria para un trabajo de biología o lo que fuera. Hoy cuentan con la Biblioteca de Alejandría en el bolsillo y el Estado pide tenerles piedad.
Los expertos en materia educativa afirman que los que apoyan el sistema numeral hacen una cuantificación bancaria de la educación. Increíblemente, no se dan cuenta que no jode el número, sino la causa, y que ellos planteen todo en concepto de teorías cuando los conejillos de indias son generaciones completas de personas que no volverán a la escuela una vez finalizada la cursada y que deberán arrastrar de por vida la enseñanza de mierda que recibieron. No es una cuestión de programas educativos, no más, es una cuestión cultural. Y eso, lamentablemente, no se puede enseñar con un libro, sino generando la curiosidad por el mundo que nos rodea. Una buena: al menos aprenderán de pequeños que se pueden conseguir mejoras por derecho sin cumplir con las obligaciones.
Si no aceptan la cultura del trabajo meritocrático, jamás podrán dimensionar lo que significa el sistema de premios y castigos individualista de un alumno, que se siente gratificado si aprobó, o como el orto si le fue mal. No son infradotados a los que hay que mantener en una nube de pedos, son seres humanos que el día de mañana deberán salir a la calle a enfrentar una realidad en la que no conservarán el empleo si hacen las cosas mal porque los jefes no creen en la estigmatización del inoperante. Salvo, claro, que consigan un puestito en el Estado.
Y a los que creen que habría que probar, no más, y que el resultado se verá más adelante, les cuento que el 100% de los adultos bonaerenses sub 28 son hijos de la reforma educativa provincial y nadie se ha atrevido, todavía, a cruzar los datos con las estadísticas de los jóvenes que no estudian ni trabajan.
No conseguí ninguno de mis trabajos por mis analíticos académicos, sino por lo más básico y elemental que me enseñaron todos y cada uno de mis profesores, los que adoré, los que odié y aquellos a los que les tuve el cagazo de mi vida: la meritocracia, esa noción, hoy utópica, de obtener lo que se quiere tener en base al esfuerzo.
En mi vida laboral, como en la de cualquiera de ustedes, me encontré con otra realidad que dicta que, en base a los contactos, podés conseguir incluso el laburo que no querés. Y ahí fue que mi absoluta carencia de contactos tuvo que ser suplida con el esfuerzo: porque frente al hijo del jefe, no te queda otra que partirte el lomo o renunciar.
Obviamente, esto es algo que cuesta dimensionar en un país en el que tenemos un presidente cuyo mérito es haberse casado con su predecesor, pero si esto no sirve para entender que todo gira en torno a una cuestión cultural, nada lo hará.
Y si alguno supone que no es tan grave y que todo da lo mismo, estaría bueno pensar por un segundo en la importancia de aprobar cualquier materia gracias a haberla aprendido. Nadie que tenga nociones mínimas de lengua diría que una persona que dice “interperie” y “la aula” es una gran oradora. Ningún egresado por mérito celebraría los acabados conocimientos de una mina que tira “hache dos cero” como fórmula química del agua. No existe un sujeto que haya aprobado Educación Cívica, Instrucción Cívica, Formación Ciudadana, ERSA o el nombre que le haya tocado en suerte, que celebre a un puñado de eunucos ideológicos que no tienen drama en confundir Gobierno con Estado, democratización con socialización, estatización con confiscación y pluralidad de voces con coro monocorde.
Cualquiera que haya tenido una educación medianamente decente tiene una comprensión crítica lo suficientemente desarrollada como para preguntarse por qué se festeja la construcción de un edificio delirante con un país en recesión y que se arrodilla para pedir a los chinos que tiren un hueso, como también se da cuenta de que es un delirio hablar de “Central Park” argentino en la desembocadura del Riachuelo. Cualquiera que tenga un mínimo de comprensión de su entorno se daría cuenta de que si la Presidenta presenta como éxito un plan para comprar en doce cuotas sólo por tres meses, es que estamos al horno y con el gas al palo.
Si implementaran una encuesta en todas las mesas de votación para preguntar a cada votante las funciones y obligaciones de un senador, un diputado, un gobernador, un intendente, un concejal, un vicepresidente y un presidente, se asustarían del resultado. Y son cosas que se aprenden en la escuela.
Nadie se atrevería a negar que la educación argentina viene en caída libre hace años cuando el ministro de Economía de la Comunidad del Anillo cree que el pretérito indefinido tercera persona plural de “reproducir” es “reproducieron”. A veces creo que Kicillof no usa corbata no de rebelde, sino porque no le sale el nudo, pero más allá de eso, egresó del Nacional Buenos Aires y tiene un doctorado en la UBA. O sea que el profesor que le enseñó a Kicillof hace 25 años, ya fallaba.
Si lo pensamos culturalmente, la escuela como institución inclusiva y de entrenamiento para la vida en sociedad del adulto, caducó. Los dirigentes de turno hicieron todo lo que tuvieron a su alcance para que esto suceda y hoy vemos, con total tranquilidad, cómo la ministra de Educación bonaerense defiende la nueva modalidad en que “en otros países también sucede”, cuando lo que no sucede en otros países es no encontrar un piso para el derrumbe de la calidad educativa.
Hoy, los defensores del “probemos con lo nuevo, que lo viejo fracasó” utilizan como argumentos la antigüedad de la Ley de Educación y se hacen bien los boludos con la cataratas de reformas que le metieron en las últimas décadas. Ahora afirman que es difícil fomentar el estudio con las distracciones de la tecnología, como si todos hubiéramos crecido en un páramo. Los sub 35 crecieron con videojuegos portátiles y sumaron esta distracción a la de los sub 40, que lidiaron con el flagelo de educarse con las consolas hogareñas, los walkman y los fichines a la vuelta de la esquina. Estos, a su vez, añadieron sus distracciones a las que ya habían padecido el resto de los mortales que conservan su vida: televisión y radio. Y el que no tenía luz, tenía la pelota, la hermana que lo jodía, el perro que se enfermó o una mosca que pasó volando. Así y todo, salieron ingenieros, premios Nobel, médicos, gigantes académicos, empresarios, todos los que nos hicieron mundialmente famosos -menos los futbolistas- e, increíblemente, los mismos tipos que dicen que el sistema de calificaciones estigmatiza a los chicos de ahora y no a todos los que pasaron por un aula desde los tiempos de Hernandarias.
Si tuvieran un cachito de dignidad, reconocerían que lo único que hacen es mantener y acrecentar el estigma de haber egresado de una escuela pública. Algo que ni Daniel Filmus, ex director de Flacso y personaje determinante en todos los experimentos educativos de las últimas décadas, eligió para sus hijos.
Entre tantos experimentos podrían volver a la idea de Spencer de que “educar es formar personas aptas para gobernarse a sí mismas, y no para ser gobernadas por otros”, pero claro, eso eliminaría en un par de generaciones la necesidad de seguir a un líder que nos proteja en vez de, sencillamente, votar a un administrador temporal del Estado.
Viernes. No se puede prohibir por ley que la mina que te gusta te rebote en un baile del Colegio, y sin embargo es la peor de las sensaciones.
Publicado por Lucca
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Entrada N° 300, FIN DEL BLOG.
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